Acabamos de llegar a Sri
Lanka, a las 5 y media de la mañana, con un Jet Lag importante y sin
haber pegado ojo en el avión. Cometimos nuevamente el error de
comprar un billete con Alitalia, después de la mala experiencia en
el viaje a Canadá, pero confiando en que esta vez fuera diferente, y
sobretodo porque el precio de los vuelos era netamente inferior. Sin
embargo no tardaron en volver a sorprendernos al cambiar nuestro
vuelo por otro a la misma hora de la compañía Sri Lanka airlines,
que según ellos es la compañía de bandera del país. Y lo cierto
es que los aviones, pese a ser antiguos, mantienen un cierto nivel de
modernidad, sin embargo los asientos son de plástico duro como los
del tren de cercanías y recubiertos por una goma espuma que al
minuto 30 de vuelo se ha resbalado y tienes que agarrarte con la
punta de los dedos de los pies a la alfombra para no caerte hacia
adelante. Y así 9 horas, con el aire acondicionado a tope, claro.
Llegados a Colombo, la
capital, la bofetada de calor te deja todavía mas desorientado.
Pasamos de los bajo cero de Londres estos días pasados a los 29 o
30 grados a la sombra y con un 100% de humedad.
Eso no lo resiste nadie,
y en cuanto hemos llegado al hotel nos hemos echado un siesta de
campeones hasta el medio día. Bueno, en realidad no es un hotel,
estamos en un guesthouse en las afueras de Colombo, que es como una
casa de huéspedes, pero tenemos baño propio en la habitación y
aunque la cama esta hecha con unos listones de madera y un mini
colchón de escasos 10 centímetros hemos descansado fenomenal, y
puesto que solo vamos a estar un día merece la pena ahorrar en esto.
La habitación nos ha costado 30 dolares la noche y por 400 rupias (3
euros mas) puedes ir al centro en tuk tuk.
A eso de la una hemos
decidido ir a dar una vuelta por el mercado de Pettha, justo al lado
del famoso barrio de Fort que se considera el centro de Colombo.
No hemos visto ni una
sola persona blanquita en las cerca de 2 horas que hemos pasado a la
solana del mercado. Todos los que se cruzaban con nosotros, sin
excepción, querían hablarnos, vendernos algo, tocarnos o
simplemente se quedaban con la boca abierta o nos señalaban.
Algunos
nos mostraban sus brazos para comparar el color, porque aquí hasta
Myriam parece pálida en comparación. Nunca había sentido este
agobio tan presente, pero se ve que no mucha gente que viene a Sri
Lanka de turismo se decide a visitar los mercados locales de su
capital.
Mi primera impresión de
los lugareños es que son unos comerciantes natos cuyo deporte
extraoficial favorito se ha convertido en timar a los turistas.
Disfrutan de intentar echarte un pulso a ver el máximo que te pueden
sacar por cualquier cosa. 10 céntimos extra por una botella de agua
por entrar el en la tienda a pedirla en lugar de decirnos donde
comprarla, el viejo truco de no tengo cambio y cualquier persona que
preguntes por los alrededores no te va a cambiar, así que mejor se
queda las vueltas, taxis y tuk tuk que te dan mil vueltas si pones el
taxímetro pero si no lo utilizas te cobran un precio desorbitado....
Eso si, todo con una
sonrisa de dientes brillantes y ojos pillos, y un ligero meneo de
cabeza que balancea de un lado a otro, como los perritos de las
bandejas de atrás de los coches, que mueven la cabeza a los lados, y
no sabes realmente si quiere decir que sí, que no o todo lo
contrario.
Físicamente se parecen a
los indios, pero son mas tostados de piel y algunas mujeres se dejan
crecer el pelo no se lo cortan nunca porque lo llevan por los
tobillos. La mayoría son bellísimas, sobre todo de jóvenes, pero
supongo que nos pasa a todos...
Después del mercado
hemos ido a la playa a ver atardecer. En una gran explanada de hierba
se mezclaba la gente paseando, los fakires tragasables (que ahora lo hacen con tubos fluorescentes de luz), los puestos ambulantes de comida y helados, con las familias de distintas religiones, compartiendo la
tarde del domingo y viendo jugar a sus hijos, volando cometas y
bañándose vestidos en las orillas del mar, más por pudor o incluso
desconocimiento del deporte del nado mas allá de donde se hace pie,
que por precepto religioso.

Allí habían montado un
escenario, megafonía, conciertos... y mientras el resto de la gente
se bañaba a escasos metros o disfrutaba de los últimos rayos del
sol.
